La Revolución de Mayo
Mitos y verdades:
Se asocia la fecha con una plaza llena y un grito: "El pueblo quiere saber de qué se trata". Pero aquel día lluvioso la concurrencia frente al Cabildo no fue masiva. Y pocos llevaron paraguas.
Son grandes gestos. Pequeñas anécdotas. Una lluvia persistente. Un escenario cubierto de paraguas. Cintas celestes y blancas. Y también son frases repetidas hasta el cansancio las que forman la postal estática del 25 de Mayo de 1810. Parte de un mito que sirvió para crear la idea de fundación de la Patria.
En el centro de este recuerdo histórico está un cuadro del artista Ceferino Carnacini, El pueblo quiere saber de qué se trata, pintado en 1938, que ilustró billetes en la segunda mitad del siglo XX. Mostró una plaza llena, con siluetas, objetos y gestos que permanecieron como verdades que el tiempo terminó cuestionando.
"La explicación del cuestionamiento —analiza el historiador Ricardo Cicerchia— es que los hechos del 25 de Mayo de 1810 se construyeron después de esa fecha y con un fin: ser parte de la memoria."
Entonces, ¿había tantos paraguas en la Plaza de la Victoria, ahora llamada Plaza de Mayo? O yendo más lejos: ¿había paraguas en esta parte del mundo en 1810?
La respuesta se encuentra en la Buenos Aires actual. En una de sus vitrinas, el Museo Histórico Nacional expone un paraguas usado por un cabildante, o sea un funcionario del Cabildo de esa época.
La foto de ese paraguas se reproduce en la página de al lado. Con mango de marfil, el paraguas colonial es grande, de tela marrón y tiene un escudo con el perfil de Fernando VII, el rey de España capturado por Napoleón.
"Paraguas había, pero sólo para los ricos", explica María Inés Rodríguez Aguilar, historiadora y directora del Museo Roca. "La mayoría de los hombres usaba capotes", precisa.
Una pintura más fiel de aquel día tendría que haber sido sin tantos paraguas y con otros vestidos. Las damas de la época no eran como se ven en el óleo de Carnacini. Las faldas anchas y con miriñaque "no son las que se usaban en ese año", señala Patricia Raffellini, del Museo del Traje de Buenos Aires.
El corte más popular usado en 1810 no marcaba la cintura. La moda seguía al estilo imperio, que copiaba a las romanas antiguas. El largo llegaba al talón y las telas con las que se vestían las mujeres eran muselinas finas y transparentes.
"Aun en invierno, debajo de los vestidos lánguidos usaban sólo una enagua del mismo material". De ahí que la enfermedad más común entre las señoras era llamada de la muselina. Lisa y llanamente, una bronquitis fuerte.
"Tampoco se usaban las grandes peinetas", explica Raffellini. "Las mujeres de 1810 preferían unas de tamaño más chico." Eran talladas en carey, material que se extraía del caparazón de tortuga.
Si llovía, ellas —por lo general— no salían. Y ya nadie duda de que ese 25 de mayo efectivamente llovía. Lo cuenta en su novela en forma de cartas Vicente Fidel López, lo aseguran otros testigos de la época y lo confirman los historiadores.
Pero además del cuadro de Carnacini, en la retrospectiva aparecen las cintas celestes y blancas. "Si existieron —y eso está en duda— eran azules y blancas, que representaban a los colores de los Borbones, la casa real española que había sido depuesta por Napoleón Bonaparte", sostiene el historiador Enrique Carretero.
"Porque, según las actas del Cabildo, el gobierno que se formó fue en nombre de Fernando VII. La versión que asegura que eran rojas y blancas es poco creíble, porque el rojo significa guerra", apunta.
En su versión de la historia, Bartolomé Mitre escribe que el chispero Domingo French había tomado telas de una tienda de la Recova para hacer las cintas distintivas que repartía.
"Era para individualizar a los simpatizantes que apoyaban el cambio del virrey por la Junta", es la explicación que aporta Carretero.
La Plaza —también se lee en las crónicas de Vicente F. López— estaba custodiada para que el 22 de mayo sólo llegaran hasta el Cabildo los que tenían la invitación. Es que no fueron todos los vecinos invitados, coinciden varios historiadores. Se mandaron invitaciones a 450 personas y asistieron 250. Vicente F. López cuenta también que los patriotas habían tomado de la imprenta más invitaciones para que pudieran pasar sus adeptos. Pero ese dato, como otros, está cuestionado.
Carlos Pueyrredón, en su libro 1810, la Revolución de Mayo, argumenta que no pueden haber votado personas introducidas por los revolucionarios porque "en el Cabildo del 21 se había resuelto formar la lista de votantes, o sea el padrón electoral, sobre la base de las invitaciones, y el 22 se llamó a alta voz a cada uno de los invitados de la lista, anotándose su voto".
¿Se gritó o no la consigna "El pueblo quiere saber de qué se trata"? "Sí —responde Félix Luna—. Fue así y figura en las actas del Cabildo". ¿Y quiénes estaban en la Plaza? "Eran activistas y alguna gente del pueblo. Eran unos 100 y estuvieron durante el 22, el 23, el 24 y el 25. Su objetivo principal era sacar al virrey Cisneros", completa Luna.
"Lo que no es un mito es que el Cabildo Abierto del 22 de mayo fue una instancia decisiva", aclara María Sáenz Quesada. Para la historiadora y autora del libro La Argentina. Historia de su país y su gente , la asistencia fue alta teniendo en cuenta que al Cabildo Abierto de 1806 habían asistido 100 personas.
Entre los que faltaron había muchos partidarios del grupo españolista, como por ejemplo Martín de Alzaga, quien era uno de los líderes de este grupo.
"Algunos dieron excusas banales y otros, ciertas", analiza Sáenz Quesada. "Seguramente, la vigilancia de las tropas de Saavedra y la amenaza que significaba la presencia de los chisperos los llevó a no asistir", interpreta.
¿Qué se habló? ¿Qué se dijo durante ese largo día? Los discursos originales no se conservan. Fueron reconstruidos a través de la memoria de los que asistieron a las deliberaciones. Pero es seguro que el obispo de Buenos Aires, Benito de Lué y Riega, fue quien habló en nombre de los españolistas y, con su soberbia, provocó una fuerte reacción entre los partidarios criollos.
"A esto le respondió Juan José Castelli, vocal de la Primera Junta —explica Sáenz Quesada—. Y en eso no hay leyenda: él fue el orador de la Revolución".
El hombre tembló antes de pronunciar que, con la caída de los reyes de España en manos de Napoleón, el poder delegado a ellos por el pueblo de las Indias volvía a la gente de estas tierras. "Quizá porque era consciente de que lo que planteaba era la ruptura con España o porque también temía que sus palabras provocaran una reacción armada de la oposición", estima Sáenz Quesada.
Verdad plena, verdad a medias o mito, lo más importante de la postal del 25 de Mayo de 1810 es —como remarca Cicerchia— "la idea de la deliberación como forma de construir el poder político". Aunque no todo haya sido como se ve en el cuadro emblemático de la Revolución, ese día se impuso la idea republicana que perduró en el tiempo.
Se asocia la fecha con una plaza llena y un grito: "El pueblo quiere saber de qué se trata". Pero aquel día lluvioso la concurrencia frente al Cabildo no fue masiva. Y pocos llevaron paraguas.
Son grandes gestos. Pequeñas anécdotas. Una lluvia persistente. Un escenario cubierto de paraguas. Cintas celestes y blancas. Y también son frases repetidas hasta el cansancio las que forman la postal estática del 25 de Mayo de 1810. Parte de un mito que sirvió para crear la idea de fundación de la Patria.
En el centro de este recuerdo histórico está un cuadro del artista Ceferino Carnacini, El pueblo quiere saber de qué se trata, pintado en 1938, que ilustró billetes en la segunda mitad del siglo XX. Mostró una plaza llena, con siluetas, objetos y gestos que permanecieron como verdades que el tiempo terminó cuestionando.
"La explicación del cuestionamiento —analiza el historiador Ricardo Cicerchia— es que los hechos del 25 de Mayo de 1810 se construyeron después de esa fecha y con un fin: ser parte de la memoria."
Entonces, ¿había tantos paraguas en la Plaza de la Victoria, ahora llamada Plaza de Mayo? O yendo más lejos: ¿había paraguas en esta parte del mundo en 1810?
La respuesta se encuentra en la Buenos Aires actual. En una de sus vitrinas, el Museo Histórico Nacional expone un paraguas usado por un cabildante, o sea un funcionario del Cabildo de esa época.
La foto de ese paraguas se reproduce en la página de al lado. Con mango de marfil, el paraguas colonial es grande, de tela marrón y tiene un escudo con el perfil de Fernando VII, el rey de España capturado por Napoleón.
"Paraguas había, pero sólo para los ricos", explica María Inés Rodríguez Aguilar, historiadora y directora del Museo Roca. "La mayoría de los hombres usaba capotes", precisa.
Una pintura más fiel de aquel día tendría que haber sido sin tantos paraguas y con otros vestidos. Las damas de la época no eran como se ven en el óleo de Carnacini. Las faldas anchas y con miriñaque "no son las que se usaban en ese año", señala Patricia Raffellini, del Museo del Traje de Buenos Aires.
El corte más popular usado en 1810 no marcaba la cintura. La moda seguía al estilo imperio, que copiaba a las romanas antiguas. El largo llegaba al talón y las telas con las que se vestían las mujeres eran muselinas finas y transparentes.
"Aun en invierno, debajo de los vestidos lánguidos usaban sólo una enagua del mismo material". De ahí que la enfermedad más común entre las señoras era llamada de la muselina. Lisa y llanamente, una bronquitis fuerte.
"Tampoco se usaban las grandes peinetas", explica Raffellini. "Las mujeres de 1810 preferían unas de tamaño más chico." Eran talladas en carey, material que se extraía del caparazón de tortuga.
Si llovía, ellas —por lo general— no salían. Y ya nadie duda de que ese 25 de mayo efectivamente llovía. Lo cuenta en su novela en forma de cartas Vicente Fidel López, lo aseguran otros testigos de la época y lo confirman los historiadores.
Pero además del cuadro de Carnacini, en la retrospectiva aparecen las cintas celestes y blancas. "Si existieron —y eso está en duda— eran azules y blancas, que representaban a los colores de los Borbones, la casa real española que había sido depuesta por Napoleón Bonaparte", sostiene el historiador Enrique Carretero.
"Porque, según las actas del Cabildo, el gobierno que se formó fue en nombre de Fernando VII. La versión que asegura que eran rojas y blancas es poco creíble, porque el rojo significa guerra", apunta.
En su versión de la historia, Bartolomé Mitre escribe que el chispero Domingo French había tomado telas de una tienda de la Recova para hacer las cintas distintivas que repartía.
"Era para individualizar a los simpatizantes que apoyaban el cambio del virrey por la Junta", es la explicación que aporta Carretero.
La Plaza —también se lee en las crónicas de Vicente F. López— estaba custodiada para que el 22 de mayo sólo llegaran hasta el Cabildo los que tenían la invitación. Es que no fueron todos los vecinos invitados, coinciden varios historiadores. Se mandaron invitaciones a 450 personas y asistieron 250. Vicente F. López cuenta también que los patriotas habían tomado de la imprenta más invitaciones para que pudieran pasar sus adeptos. Pero ese dato, como otros, está cuestionado.
Carlos Pueyrredón, en su libro 1810, la Revolución de Mayo, argumenta que no pueden haber votado personas introducidas por los revolucionarios porque "en el Cabildo del 21 se había resuelto formar la lista de votantes, o sea el padrón electoral, sobre la base de las invitaciones, y el 22 se llamó a alta voz a cada uno de los invitados de la lista, anotándose su voto".
¿Se gritó o no la consigna "El pueblo quiere saber de qué se trata"? "Sí —responde Félix Luna—. Fue así y figura en las actas del Cabildo". ¿Y quiénes estaban en la Plaza? "Eran activistas y alguna gente del pueblo. Eran unos 100 y estuvieron durante el 22, el 23, el 24 y el 25. Su objetivo principal era sacar al virrey Cisneros", completa Luna.
"Lo que no es un mito es que el Cabildo Abierto del 22 de mayo fue una instancia decisiva", aclara María Sáenz Quesada. Para la historiadora y autora del libro La Argentina. Historia de su país y su gente , la asistencia fue alta teniendo en cuenta que al Cabildo Abierto de 1806 habían asistido 100 personas.
Entre los que faltaron había muchos partidarios del grupo españolista, como por ejemplo Martín de Alzaga, quien era uno de los líderes de este grupo.
"Algunos dieron excusas banales y otros, ciertas", analiza Sáenz Quesada. "Seguramente, la vigilancia de las tropas de Saavedra y la amenaza que significaba la presencia de los chisperos los llevó a no asistir", interpreta.
¿Qué se habló? ¿Qué se dijo durante ese largo día? Los discursos originales no se conservan. Fueron reconstruidos a través de la memoria de los que asistieron a las deliberaciones. Pero es seguro que el obispo de Buenos Aires, Benito de Lué y Riega, fue quien habló en nombre de los españolistas y, con su soberbia, provocó una fuerte reacción entre los partidarios criollos.
"A esto le respondió Juan José Castelli, vocal de la Primera Junta —explica Sáenz Quesada—. Y en eso no hay leyenda: él fue el orador de la Revolución".
El hombre tembló antes de pronunciar que, con la caída de los reyes de España en manos de Napoleón, el poder delegado a ellos por el pueblo de las Indias volvía a la gente de estas tierras. "Quizá porque era consciente de que lo que planteaba era la ruptura con España o porque también temía que sus palabras provocaran una reacción armada de la oposición", estima Sáenz Quesada.
Verdad plena, verdad a medias o mito, lo más importante de la postal del 25 de Mayo de 1810 es —como remarca Cicerchia— "la idea de la deliberación como forma de construir el poder político". Aunque no todo haya sido como se ve en el cuadro emblemático de la Revolución, ese día se impuso la idea republicana que perduró en el tiempo.
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Fuente: Distintos Historiadores como Felix Luna, Sáenz Quesada, entre otros.
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